Me quedè mirando las suaves lìneas de su espalda, sus hombros, sus brazos, su cuello, su forma intachable...
El fuego dejó de ser un rayo que me cruzaba la piel para convertirse ahora en algo sordo y profundo, consumiendo en su ardor toda mi cobardìa y mi tìmida inseguridad. Me quitè la toalla sin dudar, dejàndola en el àrbol con su ropa y caminè hacia la luz blanca, que tambièn me transformò en algo pàlido como la arena.
No pude oìr el sonido de mis pasos mientras caminaba hacia la orilla del agua, pero supuse que èl sì, aunque no se volviò. Dejè que las suaves olitas rompieran contra los dedos de mis pies y encontrè que tenìa razòn respecto a la temperatura del agua, que era cálida. Di varios pasos, avanzando con cautela por el suelo invisible del ocèano, aunque mi precauciòn era innecesaria, porque la arena seguìa siendo igual de suave, descendiendo levenmente en direcciòn a èl. Vadeè por la corriente ingràvida hasta que lleguè a su lado, y despuès coloquè mi mano con ligereza sobre la mano frìa que yacìa sobre el agua.
-Què hermoso -dije, mirando tambièn hacia la luna.
-No està mal -contestò èl, como si no fuera nada del otro mundo.
Se volviò con lentitud para enfrentarse a mì y su movimiento produjo leves olas que rompieron contra mi piel. Sus ojos tenìan un brillo plateado sobre su rostro del color del hielo. Retorciò la mano hasta que entrelazò sus dedos con los mìos bajo la superficie del agua. Estaba tan caliente que su piel frìa no me puso la carne de gallina.
-Pero yo no usarìa la palabra 'hermoso' -continuò èl. No cuando tù estàs aquì al lado para poderte comparar.